EL SILENCIO
Nadie sabía que le
había pasado al jardinero.
Durante una semana
nadie le vio despegar los labios, y cuando sus amigos le preguntaban la razón
de su mudez simplemente les sonreía y levantaba los hombros en un gesto
resignado.
En el pueblo unos
decían que estaba afónico, otros que Dios lo había dejado mudo para que no
siguiera extendiendo el mal con sus palabras, y otros decían que estaba loco y
que sería uno más de sus disparates.
Al cabo de diez días
volvió a hablar, y cuando un amigo le preguntó el motivo de aquel prolongado
silencio, le dijo:
Los últimos meses mis
labios han dicho demasiadas palabras a unos y a otros, y es entonces cuando se
corre el peligro de que las palabras se queden vacías de sabiduría como las
conchas de la playa, que aunque puedan parecer hermosas, no tienen alma ni
vida. Por esta razón mi boca ha estado cerrada, reposando en el silencio del
Espíritu; porque es del silencio de donde surge la palabra que nutre y
alimenta.
El
jardinero – Grian
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