CANTO GREGORIANO
El canto gregoriano es, en cierto modo, la raíz de la
música europea.
La música religiosa tiene mucho que ofrecernos. Los mantras
a ritmo de pop de los monjes tibetanos, los mantras de la compasión
de la monja budista Ani
Choying Dolma y la música devocional yoguica de Snatam
Kaur.
Pero no sólo lo oriental puede elevarnos el espíritu,
nuestra tradición europea cuenta con una joya musical cuyo valor sigue intacto
desde el siglo VII: el canto gregoriano.
Como música sacra, el canto gregoriano, debido a un juego
de armónicos, emite una vibración determinada a toda la caja craneal, favorece
la producción de ondas cerebrales alfa y activa la glándula Pineal secretando endorfinas.
Además de estos beneficios fisiológicos, el gregoriano es
para los monjes una forma de rezar, “un vehículo para
hablar con Dios”. Como dijo San Agustín: “el que canta bien, ora
dos veces“.
Para los laicos, estos cantos aportan paz, serenidad,
consuelo, armonía y tantas sensaciones ausentes en el estresante y ruidoso
mundo actual.
La música gregoriana es como un oasis en la vida moderna.
La audición atenta del canto produce de forma natural un equilibrio
entre el cuerpo y la mente, nos fundimos con él olvidando el dolor, la
tristeza, la agitación o la confusión. Entonces nos invade una profunda
sensación de paz. La música y el sonido constituyen una forma sutil de
alimento, ya que no sólo la comida nos nutre; también lo hacen el aire y las
impresiones.
El sonido es capaz de dar forma a la materia y vida a los seres
animados. La música que oímos es percibida por los centros emocional,
intelectual y/o activo. La pronunciación misma de las consonantes y vocales
provocan en el ser humano distintos efectos que modifican, incluso, su
personalidad. El canto gregoriano da reposo y estabilidad, proporcionándonos
algo mucho más importante: alimento para el corazón.
Actúa como protección frente a la embestida de los pensamientos menos
positivos que se cuelan en nuestra mente cuando no estamos alerta. El canto
equilibra la mente, las emociones y el cuerpo. Por el simple hecho de cantar, o
bien de escuchar de forma activa, nos sentimos plenos y al mismo tiempo partes
de un todo aún mayor.
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